Sachenska García
El siguiente es un articulo publicado en la revista Barataria de Editorial Norma, Nº 3, 2005.
En un ensayo titulado ¿Qué es el cuento? Carlos Pacheco propone algunos elementos que pueden servir de punto de partida:
“Probablemente una de las prácticas más antiguas, ligada a la existencia misma del hombre sobre la tierra, sea esa de narrar historias, de contar cuentos. El ser humano vive y siente la necesidad de relatar lo vivido, de imaginar y formular otras formas posibles de experiencia. En este ejercicio, busca a veces preservar la memoria de su comunidad o establecer comunicación con sus semejantes, transmitir mensajes religiosos, éticos, políticos que estima relevantes o producir un relato cuya belleza misma lo justifica, o tal vez, y sobre todo, comprenderse y comprender el mundo al imaginar y relatar historias, explorando territorios místicos o fantásticos, épicos o cotidianos, íntimos o realistas” (1).
La literatura es un espacio en el cual nos “contamos” a nosotros mismos y a los demás. Por tal motivo, los temas de tipo social han formado parte del imaginario literario desde siempre y es el dinamismo intrínseco del mundo quien va modificando, aportando, excluyendo los diversos tópicos que conforman esta manera de dar cuenta de la realidad.
La literatura para niños y jóvenes se inserta en este proceso. Autores e ilustradores de todo el mundo ofrecen una amplia gama de propuestas en torno a temas como la pobreza, la guerra, el divorcio, la intolerancia o la muerte. Temas que pueden ser considerados difíciles pero que en mayor o menor medida nos tocan a todos, incluidos los niños.
Algunos críticos, aun hoy, son partidarios de excluir la temática social de los libros para niños y ofrecer sólo materiales “idealizados e inocentes” que no perturben la serena existencia de su corta edad. Mantenerlos en una suerte de agnosis como mecanismo de protección. Ante esto surge la interrogante ¿es preciso aislar al niño de la dureza de la realidad para preservar ese supuesto ideal de inocencia o, por el contrario, se hace preciso ofrecer experiencias estéticas de calidad que le permitan al niño ir sensibilizándose y desarrollando un criterio propio cercano a lo humano? Me inclino por lo segundo, al igual que muchos otros.
Marginar al niño de la realidad del mundo en el cual vive no se presenta siquiera como una posibilidad. Bien dice Kyoko Toriyama, que la realidad es demasiado contundente para obviarla y el niño no debe estar ajeno a ella. Sin embargo, los temas deben plantearse de una manera que les permita acercarse a ella, siempre y cuando en la contundencia no esté ajena la esperanza.
En torno a esta perspectiva encontramos una vasta muestra de libros que abordan diferentes problemáticas desde propuestas acordes con los variados intereses, habilidades y competencias lectoras que conforman los estadios de la infancia. Pues resulta de vital importancia que el niño pueda establecer empatía e identificación con los personajes que ofrece la ficción. Pretendo en este espacio ofrecer una panorámica de autores e ilustradores que trabajan con estas temáticas desde una visión que, según mi criterio y experiencia en el campo de los libros para niños y jóvenes, se presenta honesta y respetuosa hacia la literatura y, en especial, hacia la infancia.
Max Velthuijs, reconocido escritor holandés, presenta con ternura y sutileza temas tales como la tolerancia, el miedo y la muerte. Con su serie Sapo, y por medio de este entrañable personaje descubre, para los más pequeños, el regocijo de aprender de la diferencia en Sapo y el forastero, también que el miedo es legítimo y que la muerte es parte de la vida en Sapo tiene miedo y Sapo y la canción del mirlo, respectivamente. Historias sencillas, con una anécdota definida y un entorno cotidiano recreado en coloridas y cálidas ilustraciones, propician el acercamiento, la identificación y la complicidad.
Otro ejemplo importante es Flon Flon y Musina de la escritora polaca Elzbieta. Dos pequeños amigos se ven separados por el peor de los enemigos: la guerra. Suaves acuarelas y textos breves aproximan al pequeño lector a lo incomprensible de un fenómeno que sólo deja dolor a su paso. No obstante, la sencillez del discurso no disminuye la contundencia de la propuesta, como bien se refleja en las palabras del padre de Flon Flon: “La guerra no muere jamás, hijo mío. Sólo duerme de vez en cuando. Y, cuando duerme, hay que tener cuidado para no despertarla” (2). El reencuentro de los niños ofrece un rayo de luz entre la desolación, pues como dice Nieves Rivas: “Es necesario evidenciar el problema pero no se puede dejar al niño en la inclemencia” (3).
Otro tema de especial interés, particularmente a partir de los años 70’s, es la discriminación sexual. Durante muchos años, y en ocasiones aun hoy, la literatura para niños ha fungido como definidora de roles masculinos y femeninos estereotipados. Sin embargo, la reivindicación de personajes femeninos ha encontrado un espacio y una voz propia. Un ejemplo de ello sería La rebelión de las lavanderas escrito por John Yeoman e ilustrado por Quentin Blake. En este libro, la opresión ejercida sobre un grupo de mujeres las lleva a sublevarse y desarrollar su autonomía. Cabe igualmente mencionar El secuestro de la bibliotecaria de la escritora neozelandesa Margaret Mahy, obra en la cual una valiente y comprometida bibliotecaria se convierte en una especie de redentora social de una banda de ladrones, nada más y nada menos que gracias al poder de la palabra y los libros. A diferencia de otros textos en los cuales lo femenino se potencia en la medida en que se subyuga lo masculino, estos álbumes proponen la integración y la cooperación comunitaria. Cabe aquí un acertado comentario de Teresa Colomer: “La voluntad de colaborar al cambio ideológico probablemente requiere de una ponderación y una sutilidad literaria notables” (4).
Lygia Bojunga Nunes, escritora brasilera ganadora del premio Hans Christian Andersen, también aborda problemáticas tan diversas como el público al cual las dirige. En La cuerda floja, las desigualdades sociales, los prejuicios y la soledad infantil se presentan desde un impecable juego de planos narrativos y un singular manejo del elemento onírico, del cual también nos nutrimos en otras de sus obras como La casa de la madrina o El bolso amarillo. Una de sus libros, publicado recientemente en español, Seis veces Lucas, nos habla del machismo, la infidelidad y el maltrato infantil más peligroso: aquél que no es evidente. Seis capítulos, seis miradas, un solo niño. Los espacios para la interpretación quedan abiertos y permiten al lector establecer sus propias conclusiones.
También brasilera y ganadora del Andersen, Ana María Machado ofrece historias con temas sociales. En Niña bonita, el tema del racismo se filtra con una suavidad poética que confronta supuestos estéticos preestablecidos concluyendo en un final conciliador. De igual manera, El perro del cerro y la rana de la sabana, desde un hilarante juego lingüístico, derrota la tiranía desde la sonrisa y la cooperación.
La tolerancia y la diferencia se hacen presentes en Marcelino Pavón, del autor francés Sempé. Dos niños que comparten sus soledades y la incomprensión de un entorno que no acepta aquello que es distinto desarrollan una singular amistad que supera el tiempo, la distancia y el caos de la sociedad de consumo.
En Venezuela, Orlando Araujo se erige como uno de los más destacados representantes de la narrativa realista para niños. Miguel Vicente Patacaliente es un niño limpiabotas como tantos otros que, desgraciadamente, encontramos en nuestras calles. La dureza de su existencia en una ciudad nada complaciente queda denunciada en las páginas del libro, pero nunca se niega la posibilidad del cambio. Por el contrario, se sugiere por medio de recursos como el sueño y la magia. El viaje iniciático que lleva implícito un crecimiento.
Otros libros de la Colección Así vivimos de Ediciones Ekaré conforman, igualmente, un espacio para el disfrute y la reflexión. La calle es libre escrito por Kurusa e ilustrado por Mónika Doppert nos cuenta, desde adentro, la cotidianidad de un grupo de niños de un barrio capitalino y cómo, a pesar de las dificultades, los tropiezos y la burocracia, la integración de una comunidad es la mejor arma para vivir dignamente. Un puñado de semillas escrito por Mónica Hughes e impecablemente ilustrado por Luis Garay plantea la difícil situación que enfrenta una niña campesina al trasladarse a la ciudad. La metáfora de la semilla como símbolo de fertilidad y posibilidad sugiere la intención de un cambio. Por otra parte, La composición, de Antonio Skármeta e ilustrado por Alfonso Ruano aborda el tema de la represión, la tiranía y el miedo, pero sobre todo, de la resistencia, el amor y la solidaridad.
Por su parte, la autora argentina Elsa Bornemann en su libro Un elefante ocupa mucho espacio, recientemente reeditado por Editorial Norma, narra la historia de un elefante que convoca una huelga en el circo en el cual trabaja en busca de reivindicaciones laborales. Como anécdota y aunque hoy en día esto puede parecernos incompresible, este libro fue prohibido en Argentina durante la última dictadura militar por “incitar a la subversión”. Bien dice Graciela Montes, con un dejo de ironía, en El corral de la infancia: “Durante años, pacientes y razonables adultos se ocuparon de levantar cercos para detener la fuerza arrolladora de la fantasía y de la realidad” (5). Por suerte, no se puede silenciar al arte por mucho tiempo.
Desde otra mirada, el humor también resulta un recurso valioso a la hora de tratar problemáticas sociales. Su cualidad de colocarse en perspectiva permite al lector distanciarse de la situación para luego incorporarla y desarrollar criterios respecto a ella. Felicidad Orquín opina que: “La percepción del humor supone una doble lectura, un ‘leer entre líneas’ que puede llevar a la risa o a lo cómico pero que siempre plantea la inquietud de la ambigüedad, que toda obra literaria lleva implícita, y la posibilidad de una relectura. A través del humor, el niño lector puede desdramatizar una situación conflictiva, desmitificar una autoridad y resolver muchas tensiones en un efecto liberador” (6).
Ya en siglos pasados, autores como Jonathan Swift o el mismo Cervantes se apropiaron de esta forma expresiva para ofrecer serios cuestionamientos al establishment político y social de su tiempo. Más cercanos a nosotros, encontramos los poemas para niños de la escritora argentina María Elena Walsh quien, dueña de un cuidadoso manejo del lenguaje se permite subvertirlo para crear textos llenos de encanto, picardía y musicalidad en los cuales la parodia del orden dejan en evidencia el cuestionamiento a las instituciones, a la estructura caótica del mundo formal y sus arbitrariedades. Así lo vemos en libros como El reino del revés y Zoo Loco. Como ya dije en una ocasión éste es, para mí, quizás el aporte más importante que ha hecho María Elena Walsh a las letras para los pequeños. La honestidad y el respeto a la inteligencia de los niños y el afán por desarrollar un pensamiento crítico desde la primera infancia para construir un país y un mundo decididamente mejor.
Christine Nöstlinger, autora austríaca, se ocupa de describir situaciones conflictivas, enfocándolas con realismo y, muchas veces, incluyendo elementos fantásticos y una fuerte dosis de humor para temas nada complacientes. Su libro Konrad o el niño que salió de una lata de conservas narra la historia de un extraño niño prefabricado de inteligencia cibernética que llega por equivocación del correo a casa de una desconcertada mujer que tratará de cumplir, de la mejor manera posible, su recién estrenado rol maternal. En el texto, se puede evidenciar una fuerte crítica a la sociedad de consumo y a la sumisión social ante las nuevas tecnologías.
A este respecto, Bebe Willoughby plantea: “Muchos escritores para niños usan el humor para mostrar la verdad (…) Ellos tratan temas que parecerían insoportables sin el humor, de otra manera serían demasiado tristes” (…) “El humor ofrece suficiente distancia del dolor como para que la gente joven pueda tratar con éste. Les ayuda a verse, a sentirse menos solos y a ganar perspectiva (…) El humor dice la verdad de una manera que aceptamos; reímos porque sabemos. No es lúgubre ni repetitivo ni demasiado explicado. Ofrece esperanza y eso es importante, especialmente en libros para niños” (7).
Ya aproximándonos a textos publicados para lectores jóvenes, la oferta de materiales de calidad se enriquece día a día. Este público complejo, muchas veces incomprendido y ávido de buenas lecturas ha debido enfrentar, como todos, al estereotipo, el sexismo y la literatura moralizante. Sin embargo, así como para los niños, encontramos autores y obras dignas de ser leídas y releídas por generaciones.
En cuanto al tratamiento de problemáticas sociales, la autora estadounidense Katherine Paterson presenta libros como Un puente hasta Therabithia. La amistad y la fantasía construyen un mundo idílico en una realidad que dista mucho de serlo. La discriminación social, la violencia doméstica y la injusticia se hacen presentes en la narración, así como el difícil tema de la muerte, en este caso, de una niña. La sanación del dolor se resuelve desde la posibilidad de construir y reconstruir, de crear nuevos puentes para abrir nuevos mundos. En La gran Gilly Hopkins enfrentamos el abandono infantil, la soledad y la incertidumbre. Un final nada complaciente pero sincero nos invita a pensar que aquellos afectos que cimentamos siempre serán nuestros.
La escritora portuguesa Alice Vieira en Los ojos de Ana Marta de igual manera aborda la dificultad de las relaciones familiares y cómo la soledad y la supuesta indefensión infantil pueden potenciar la siempre sorprendente capacidad regeneradora de los niños.
Uri Orlev, autor polaco de raza judía enfrenta el tema de la guerra y la xenofobia en El hombre del otro lado. Un joven se debate entre la lealtad familiar y lo que indica el adoctrinamiento político. La contundencia de una realidad violenta le obliga a replantearse su concepción de la vida y de lo humano.
Por su parte, el argentino Antonio Santa Ana recrea la historia de un joven cuyo hermano está enfermo de SIDA en Ojos de perro siberiano. Mientras la familia trata de ocultar la vergüenza, el joven y su hermano se encuentran en la búsqueda del descubrimiento de sí mismos y del amor que les une. Sin establecer ningún juicio de valor, Santa Ana presenta una problemática por demás vigente con una sincera dosis de emotividad.
Más recientemente, la colección juvenil Alandar de la editorial española Edelvives, ha dedicado un amplio espacio a novelas, la mayoría de tipo testimonial, que versan sobre problemas tales como la guerra, los desplazados y refugiados, los conflictos raciales y la discriminación sexual. De esta manera, encontramos la historia de una niña afgana que lucha por sobrevivir bajo el régimen Talibán en El pan de la guerra, un niño palestino que enfrenta la ocupación israelí en Las piedras que hablan o un pequeño de la tribu saharaui que descubre la historia de su pueblo desplazado, simplemente porque su tierra ahora le pertenece “a otros” en El cazador de estrellas.
El inventario, evidentemente, podría hacerse más amplio. En este recorrido azaroso han quedado por fuera historias y autores extraordinarios que bien se han ganado su espacio en el mundo de los libros para niños y jóvenes. Sin embargo, el objetivo de esta revisión no es otro que detenernos en una temática dinámica y compleja. Confirmar que la necesidad de explicarnos el mundo es inherente a la condición humana y que las variantes que van introduciéndose responden al devenir de la misma existencia.
Esta muestra de autores, ilustradores y obras permite dilucidar algunos aspectos importantes en torno a los libros para niños y jóvenes. En primer lugar, se hace preciso entender que la literatura es, ante todo, una experiencia estética que debe invitar al niño lector a construir un imaginario propio, a la formación de criterios que le permitan discriminar, construir conceptos y valoraciones, desarrollar el gusto por la palabra y la sensibilidad. Por más compleja o difícil que resulte determinada temática, debe presentarse con honestidad y respeto por la misma y por el público lector. Dejar espacios para la recreación y la interpretación y no asumir posturas rígidas que conduzcan a un sentido unívoco de la realidad, sino que por el contrario se proponga la posibilidad de lo múltiple y el respeto a la diversidad. Lejos del panfleto y el mal entendido didactismo. Al abordar temas sociales en la literatura para niños y jóvenes, los textos aquí mencionados contienen, en sus variadas formas expresivas, una propuesta subyacente: es preciso dejar abierta la puerta a la esperanza. Que el conocimiento del mundo sirva de detonante para la construcción de una realidad más justa, solidaria y tolerante. Pues, como dijo Octavio Paz: “Quien ha visto la esperanza no la olvida jamás. La busca bajo todos los cielos y en todos los hombres”.
Notas:
(1)xxxx
(2) Elzbieta. Flon Flon y Musina. [Madrid, 1993], 24
(3) Nieves Rivas. “Los mundos reales en la Literatura infantil y juvenil”. [XXX, 1990], 8
(4) Teresa Colomer. “A favor de las niñas”. [Barcelona, XXX], 21
(5) Citado por Sandra Comino en “Nuevas Temáticas en la Literatura Juvenil Argentina”. [Bogotá, 1998], 24
(6) Felicidad Orquín. “Literatura infantil y humor”. [XXX, 1982], 68
(7) Bebe Willoughby. “El humor dice la verdad en los libros para niños”. [Caracas, 1995], 221-223
Referencias Bibliográficas:
COLOMER, Teresa. “A favor de las niñas” en: CLIJ Nº 57.
COMINO, Sandra. “Nuevas Temáticas en la Literatura Juvenil Argentina” en: RELALIJ Nº 8, julio-diciembre de 1998.
ELZBIETA. Flon Flon y Musina. Ediciones SM, 1993. Madrid, España.
GOLDMAN, Judy. “¿Evitar los problemas sociales en los libros ilustrados?” en: Espacios para la lectura, Nº 1, 1995.
ORQUÍN, Felicidad. “Literatura infantil y humor” en: Cuadernos de Pedagogía, vol. 8, diciembre 1982, Nº 92.
SORIA GALVARRO, Aída. “Los niños y niñas de ficción, al encuentro de los niños y niñas de la vida real” en: RELALIJ Nº 9, enero-julio de 1999.
RIVAS, Nieves. “Los mundos reales en la Literatura infantil y juvenil” en: Apuntes de Educación Nº 36, 1990.
TORIYAMA, Kyoto. “No están los tiempos para cuentos de hadas” en: PHP, vol. 5, Nº 12, diciembre, 1984.
WILLOUGHBY, Bebe. “El humor dice la verdad en los libros para niños” en Colección Clave sobre historia, crítica y teoría literaria infantil, 1995.
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