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A Propósito de los enunciados obvios y las extrañas demostraciones

Por: Carolina Alonso

Cuando estaba en mi último año de colegio, en clase de Cálculo, el profesor nos pidió que realizáramos una serie de demostraciones lógico-matemáticas de enunciados verdaderos y obvios. Demostrar que cero es igual a cero (0=0), por ejemplo, resultaba tan extraño… hacerlo fue un interesante ejercicio de lógica, no lo niego. En fin, han pasado muchos años y ahora me veo avocada a la tarea de hacer otra de esas demostraciones: “Quienes están encargados de promover la lectura necesitan leer Literatura”, es un enunciado verdadero, obvio… decirlo debería ser suficiente. Sin embargo, vamos a hacer el extraño ejercicio de demostrarlo (advierto que es posible fallar; advierto que en estos campos menos lógicos, los argumentos no siempre son tan precisos; advierto que los pasos pueden ser erráticos y un poco confusos y que no sé exactamente a donde conducirán: todo esto, para mí, resulta más emocionante).

Comenzaré por decir que no creo que sólo los que están encargados de promover la lectura necesitan leer Literatura; estoy convencida de que todos los seres humanos que pertenecemos a una cultura de la escritura lo necesitamos. La aclaración de “cultura de la escritura” obedece al hecho de que los libros no son los únicos medios para contar historias; durante siglos y siglos, en todas las comunidades humanas, las historias se han transmitido oralmente, en medio de prácticas cotidianas y también en momentos extra-ordinarios. Hoy se nos cuentan historias a través de la radio, de la televisión, del cine y de múltiples medios impresos. Pero devolvámonos un poco, los seres humanos —todos— necesitamos historias. Las necesitamos para saber quiénes somos, dónde nos encontramos, de dónde venimos, a dónde nos dirigimos, con quiénes estamos, para saber que podemos superar pruebas; en síntesis, para armarnos nuestra propia historia, esa donde somos protagonistas. Y luego está la Literatura, esa forma única de contar historias que resulta fascinante porque utiliza con armonía y precisión las palabras, porque construye mundos posibles e imposibles con tal coherencia que nos permite habitar en ellos durante el tiempo de la lectura y después, por siempre. La Literatura es el mejor medio de contar historias, los seres humanos necesitamos historias y tenemos en las obras literarias su mejor expresión, entonces, lógicamente, los seres humanos necesitamos leer Literatura. Claro, podemos conformarnos con las historias no tan bien contadas, con las formas simples… podemos, sí, esa es una opción. Como cuando uno va a un banquete y sólo se come un par de rebanadas de pan francés… es una opción.
Aquí viene otro postulado: quienes promueven la lectura (padres, maestros, bibliotecarios) son seres humanos que, por lo tanto, necesitan leer Literatura por ellos mismos, no por ser padres, maestros ni bibliotecarios. “Los promotores de lectura deben leer porque realizan la tarea de promover la lectura”: he aquí un postulado falso, sus dos premisas no tienen carácter de necesidad. Hay muchos que promueven la lectura y no leen, menos Literatura… Yo leo por mí, para mí, porque me gusta, porque yo lo necesito. Luego aparecen los demás y los oficios que cada uno de nosotros desempeña en el mundo. En principio están el “yo”, la Literatura, la necesidad vital y la opción por lo mejor. La Literatura hace solita su trabajo de autopromoción. Un buen libro, en el momento adecuado, atrapa lectores; quienes hemos sido cautivados lo sabemos, y luego vienen las ganas de otro y de otro y de otro… Entonces parece que el promotor de lectura es un ser humano contagiado de este deseo, de esta necesidad, que contagia a otros. Su papel es poner los libros adecuados (los que él ha leído, ha amado y ha sufrido) cerca de los otros, como cuando uno tiene gripa y estornuda en un ascensor, así funciona: dejar el virus por ahí y permitirle hacer su trabajo.

Ahora bien, esa parte del trabajo es fácil, porque surge de la propia necesidad y de la potencia contagiosa de los buenos libros; podríamos decir que trabajo, lo que se dice trabajo no ha habido. Sin embargo, en la básica relación yo-Literatura existe un peligro y, por lo tanto, una exigencia. Se requiere ser valiente para leer Literatura: siempre se corre el riesgo de resultar afectado, transformado, de sentirse incómodo en el mundo, incomodado… Hay quienes no vuelven a los libros porque no soportan los cuestionamientos, porque no les gusta la incomodidad, porque no saben qué hacer con las preguntas que los asaltan. También existen los que se hacen los sordos, los que dicen que no entienden nada, los que eligen libros que no intranquilizan. Entonces es cuando, creo yo, se requiere de un acompañante, de un guía. El guía es, por definición, alguien que “ya ha estado allí”; es decir, alguien que leyó el libro y se dejó afectar, incomodar, transformar… y sigue vivo, incluso más, incluso mejor. Y, por supuesto, deseoso de otra incursión en un mundo riesgoso, literario. Así que el guía ayuda a comprender al nuevo lector, lo anima a continuar, a preguntarse, a cuestionar, a ver de otra manera las cosas de siempre… porque sí, porque vale la pena, porque el guía puede anticipar que allá, al final de las páginas, ese lector será distinto… y ninguno de los dos puede evitar la curiosidad de saber cómo terminarán el libro y el lector.

Así que un promotor de lectura necesita leer Literatura porque es un ser humano valiente que elige la mejor opción narrativa y desea contagiar a otros, y porque, como futuro guía, tiene que haber experimentado la transformación; no para hablar de ella —de la suya— sino para ser útil al acompañar a otros en el tránsito.

En la demostración del cero es igual a cero, la premisa inicial (0=0) se convierte en la afirmación final, obvio. Creo que lo mismo ha sucedido aquí; pero, como en las buenas historias y en las demostraciones lógico-matemáticas, eso no importa, lo importante es lo descubierto en el camino.

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