Mario Vargas Llosa,
Alfaguara, 2005
“Si todas las mujeres pobres tuvieran la energía, la inteligencia y la sensibilidad de esa muchacha, la revolución sería cosa de meses.”
El paraíso en la otra esquina, Mario Vargas Llosa
Un encuentro cercano
Servia, 1914; Nijni, Rusia, 1878; Francia, 1845, tres lugares del mundo lejanos y difusos, tres momentos de la historia distantes y, aparentemente, sólo recuperables en manuales de historia. Espacios y tiempos que tres voces cuentan a partir de los mas íntimos detalles; espacios y tiempos habitados por tres mujeres que han llegan, estremecen y dejan fragmentos de su historia enredados en los hilos femeninos que nos tejen. Rajka Radakovi´c la protagonista huraña y dolorosa de La señorita, de Ivo Andric, que en medio de la Primera Guerra Mundial cumple una promesa a su padre muerto, aún sacrificando todos sus anhelos y su felicidad. Bárbara Péchkov, la abuela recia de Días de infancia, de Máximo Gorki, una campesina que intenta resguardar a su nieto de diez años de la ruda situación que se vive en una oscura y helada casa en el oeste de Rusia, en la que los designios, según esta autobiografía de Gorki, los dicta el abuelo pelirrojo y gigante, que todo lo resuelve con azotes. Y Flora Tristán, la paria ardiente y luchadora de El Paraíso en la otra esquina de Mario Vargas Llosa, una peruana exiliada en Francia que pelea por los obreros franceses a partir de La unión obrera, un texto revolucionario-socialista que escribe después de huir de los ultrajes de su marido, en busca de la libertad, ajena en aquella época para las mujeres.
Son tres vidas que imprimieron finas líneas al mapa que en mi juventud se dibujó para delimitarme, y a la vez para llamarme a atravesar fronteras en búsqueda de seres como ellas, fuertes, vivas, transgresoras, dolorosas y dulces, en búsqueda de relatos que logren retratar de forma veraz, y en tiempos como los que vivimos, la vida de personajes que como Bárbara y Flora existieron hace tanto. En sus respectivos momentos ellas tuvieron formas particulares de ver el mundo y de enfrentarse a él, opciones diferentes a las de las mujeres que las rodeaban y con ello dieron un importante significado a sus vidas, al punto que se convirtieron en novelas que otros escribieron con la ingeniosa y cautivadora prosa necesaria para que no fueran olvidadas.
Paola Roa
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