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Convenio con la IBBY y el Banco del Libro de Venezuela

Asolectura en convenio con la IBBY y el Banco del Libro de Venezuela, desde el mes de marzo trabajan en la apertura y asistencia de Clubes de Lectores con población infantil y juvenil en crisis, especialmente niños, niñas y jóvenes victimas del conflicto armado colombiano. Se espera abrir y asistir 20 clubes de lectores con esta población y desarrollar el componente de formación de mediadores de lectura con los profesionales que brindan apoyo a las instituciones encargadas de albergar y atender a estos niños.

El siguiente es un fragmento del marco teórico a partir del cual se orientan las actividades de los Clubes

Cuando alguien ha perdido un ser querido,
observen su comportamiento con respecto
a la lectura. Mientras no pueda leer,
su duelo no tendrá lugar.
Si abre un ensayo, una novela, un poema
–todo lo que no sea una exhortación laica o
religiosa para soportar su situación actual-
es que está escapando de la melancolía,
es porque deja que el duelo lo trabaje.
La lectura es, junto con la amistad,
una de las contribuciones más seguras
al trabajo del duelo.
De una manera general nos ayuda
hacer el duelo de los limites de nuestra vida,
de los limites de la humana condición[2].


Colombia vive desde hace más de 60 años una guerra que se lleva buena parte de sus recursos y que compromete la vida, la educación, la salud y la felicidad de niños, niñas, jóvenes y adultos, especialmente de aquellos que viven en los sectores campesinos y urbanos que están más cerca del conflicto armado y que por lo general es la población más pobre. De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas el número de desplazados por la violencia llegó a fines del año pasado a 3.663.000 personas que se agrupan en casi un millón de familias que deambulan por las grandes ciudades.

De la población desplazada 1.100.000 son niños y a ellos se suman aproximadamente 4000 niños y jóvenes que se han desvinculado de las fuerzas armadas ilegales. Víctimas de la guerra, estos niños se encuentran en situación de extrema exclusión, sin oportunidades para acceder a la educación, con sus núcleos familiares desechos y sin expectativas de una vida futura sana y segura. A pesar de que estas situaciones no son exclusivas de las poblaciones desplazadas y excombatientes, pues las sufren buena parte de la población colombiana, son los niños y jóvenes víctimas del conflicto armado los que han llamado con más urgencia la atención de programas gubernamentales y no gubernamentales, pues no sólo son víctimas de una sociedad inequitativa sino que también sufren de manera directa las secuelas de la guerra.

Es así como se vienen desarrollando diferentes programas que proporcionan atenciones prioritarias a esta población como valoración nutricional, alimentación, atención psicológica, remisión a servicios educativos, servicios médicos y sanitarios esenciales. Aquellos niños que han perdido sus familias se encuentran internos en los hogares de protección para la niñez en situación de peligro o abandono.

A estas acciones que se vienen realizando, se hace necesario sumar iniciativas que vayan más allá del suministro de apoyos materiales, de educación formal, de salud y de atención psicosocial; iniciativas que contribuyan a la recuperación emocional de los niños a partir de prácticas que respondan a sus necesidades interiores, que les permitan de forma espontánea expresar sus temores, conflictos, expectativas y puedan así encontrar su propio camino para forjar su identidad, dotar de sentido su vida y su situación en el mundo que los rodea.

El desarraigo, el temor, la violencia, el desamparo, la muerte, son las constantes que acompañan y determinan los recuerdos, las imágenes, las palabras, los juegos y las historias de estos niños y jóvenes. La guerra está presente de forma consciente e inconsciente, la guerra ha trascendido sus circunstancias físicas y ha plagado el lenguaje con el que comprenden y narran el mundo.

Es por lo anterior que estos niños necesitan de elementos que les ayuden a elaborar sus miedos y resentimientos de forma racional pero basados en lenguajes simbólicos, como los de la literatura, a partir de los cuales su realidad se confronte y se transforme, ofreciéndoles nuevas maneras de expresar sus cargas verbales y opciones de comunicación diferentes a las adquiridas en la guerra.

La experiencia de Asolectura con grupos de lectura en poblaciones de niños y jóvenes excluidos y afectados por diferentes problemáticas socioculturales demuestra que la lectura de la literatura en grupos de lectores acompañados por mediadores previamente formados les ofrece la oportunidad de expresarse, de comunicar sus emociones y de enriquecer su lenguaje simbólico y cotidiano, además de ampliar sus imaginarios con respecto al mundo y a sí mismos. Estos grupos se constituyen en ambientes terapéuticos no tradicionales en los que los cuentos, poemas y novelas leídas aportan a la imaginación ambientes, tonos, lenguajes y emociones para que – de forma consciente o inconsciente – se elaboren los propios relatos, se haga una resignificación de las historias de vida y se manifiesten las angustias y dolores internos.

Si se facilita a los niños y jóvenes víctimas de la guerra el acceso a diferentes manifestaciones artísticas y especialmente a la literatura se estaría propiciando el crecimiento de seres humanos emocionalmente sanos, menos vulnerables al ataque de los lenguajes autoritarios y de los imaginarios marcados por la violencia, que sólo generan resentimiento y temor. Existiría para ellos la posibilidad de tomar distancia – gracias a las palabras – y de crecer con una conciencia más clara acerca de su experiencia en la guerra.

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